martes, 22 de enero de 2013

En Euskadi se quedaron mis ojos


Una plácida brisa de un mar calmado. Un río que se extiende como sábana hasta convertirse en una manta de mar. Piezas de montes verdes que acompañan con compás tu mirada. Casas blancas a la orilla de una bahía. Espero, sólo espero, que mis ojos se queden con lo que vi. Vivirá la memoria, pero esa alegría que se respira de fuera y se queda dentro, es de hoy. Donosti.


                               -Para otro momento la explicación pausada de esta imagen sutil-

De la brevedad de la vida


De la brevedad de la vida

                                                   III

“Ningún hombre sabio dejará de sorprenderse con la ceguera del espíritu humano.”

Nadie permite que su propiedad sea invadida, y habiendo discordia en cuanto a los límites, por menor que ésta sea, los hombres toman piedras y armas. Sin embargo, permiten que otros invadan sus vidas de tal modo que ellos conducen a sus invasores a eso. No hay nadie que quiera compartir su riqueza, mas la vida es distribuida entre muchos! Son ahorrativos en la preservación de su patrimonio, pero desperdician el tiempo, lo único que justificaría la avaricia.

Me agradaría cuestionar a cualquier hombre de entre los más viejos: “Vemos que ya has llegado al final de tu vida, tienes cien años o más. Vamos, haz el cálculo de tu existencia. Cuenta cuanto tiempo te fue tomado por un acreedor, una amante, por el poder, por un cliente. Cuánto tiempo fue robado por las peleas conyugales, por el deber del ir y venir por la ciudad. Añade, todavía, las dolencias causadas por nuestras propias manos y también todo el tiempo desperdiciado. Verás que tienes menos años de los que cuentas. Escudriña en tu memoria: cuando alcanzaste una  meta? ¿Cuántas veces un día transcurrió como lo tenías previsto? Cuando usaste tu tiempo para ti mismo? Cuando mantuviste una buena apariencia, un espíritu tranquilo? ¿Cuántas cosas has hecho para ti con un tiempo tan largo? ¿Cuántos han desperdiciado tu vida sin que notases que estabas perdiendo?

¿Cuánto de tu vida no fue perdido por sufrimientos innecesarios, conversaciones sin sentido, y qué poco te restó de lo que era tuyo? Entenderás que mueres pronto.

¿Qué es lo que está en juego entonces? Viviste como si fueras a vivir para siempre, nunca se te ocurrió tu fragilidad. No te das cuenta de cuánto tiempo ya transcurrió. Como si fuese pleno y abundante, lo desperdicias, y en ese ínterin, el tiempo que dedicas a alguien o a alguna cosa talvez sea tu último día. Temes todas las cosas como los mortales, deseas otras tantas tal como los mortales. Escucharás a la mayoría diciendo: “a los cincuenta años me dedicaré al ocio. A los sesenta, estaré libre de todos mis encargos”. Qué certeza tienes de que hay una vida tan larga? Qué garantía de que las cosas se darán como dispones? No te avergüenzas de destinar para ti solamente resquicios de la vida y reservar para la meditación apenas la edad en que ya no es productiva. No es tarde demás empezar a vivir, cuando ya es tiempo de dejar de hacerlo? Qué tonto de los mortales aplazar para el quincuagésimo y sexagésimo año las sabias decisiones y, a partir de ahí, a donde pocos llegarán, mostrar deseo de comenzar a vivir.

 garantiza que las cosas serán como dispone? No se avergüenza de ti sólo destinado a los rastros de la vida y la reserva para la edad de la meditación sólo que ya no es productivo? No es demasiado tarde para comenzar a vivir [1], cuando es el momento de dejar de hacerlo? Cómo mortales tonto aplazar hasta el quincuagésimo y los sesenta años las decisiones sabias y, desde allí, donde pocos llegaron, muestran deseo de comenzar a vivir?

Séneca